Al día siguiente nos despertamos varias veces, una de ellas con la salida del japo y el somarro, y otra con un fuerte trueno que anunciaba que el día iba a ser lluvioso. Y así fue. Todo el día de tormenta tropical por aquí. Cambiamos de residencia, del movido hostel, a un hotel muy cuco donde trabaja Romina, una chica encantadora que conoció Sam en el anterior viaje, y que nos trata con mil atenciones. El Hotel Strada tiene varias casitas pequeñas acogedoras, piscina, terraza, y un salón cuco donde escribimos estas líneas y nos tomamos unas cerves de vez en cuando.
Total que el día no se abría. Las calles empedradas eran ríos. Las aceras que a veces están a veces no, tenían más de pantano que de otra cosa, y con este panorama, después de dudar varias veces qué podíamos hacer, decidimos ir a comer una parrillada en casa Charo, por unos 100 pesos, más o menos 20 euros los dos, y empapados nos retiramos a la habitación a descansar un poco y cambiar el horario. Entre la pesca de la centolla en aguas de Bering, el Spa para hombres, el cómo se hacen los palos de golf, y los goles más importantes de River en los tiempos de Kempes, nos dormimos y despertamos varias veces. El tono de la tele de aquí es el mejor somnífero posible.
Entre tanto sueño el teléfono suena y es Raúl nuevamente. Nos ofrece un coche de un amigo, que vino a vernos al hotel. 250 pesos día si se lo dejamos en Buenos Aires. Son unos 60 euros día, algo más caro que alquilar en España. Nuestro viaje planeado se tambalea. A partir de aquí todo han sido dudas, cábalas, cálculos, ofertas, y demás, y nosotros de vacaciones....pues no estamos mucho para andar pensando. Le decimos que.... siguiente....
Otra vez pa la cama. Ducha, y paseo nuevamente por las oscuras calles de piedras irregulares con oscuros coches, sorteando ríos, e inmensos charcos, con los pies mojados, y escuchando los ladridos amenazadores de los perros con cara de malo, de los chaleses de la gente que tiene plata acá.
Volvemos al Charo. Es como un restaurante humilde y muy grande. A Sam le dejan fumar si nos ponemos en la última mesa, que está al lado de la única ventana que se puede abrir. Desde dentro nos entretenemos mientras nos traen los platos, con las andanzas de un chaval de unos 8 años, moreno, con gorra gris, que se saca unos pesos abriendo la puerta del coche de los guiris que salen de los restaurentes que se agrupan en la unión de las dos carreteras principales que cruzan Puerto Iguazú.
El camarero poco a poco va
El programa insoportable, pero el Surubí que nos comimos y el Dorado, dos peces de río de la zona, estaban deliciosos. Nos tomamos unos cafés ya con los párpados más cerrados que abiertos, y vuelta al hotel por las mismas calles oscuras, con todo empapado, con los mismos coches sin luces, y con los mismos Rotweiller rabiosos que viven en la casa de al lado del hotel, y que mejor no pensar que pasaría si lograran saltar la valla en uno de sus saltos.
Esta noche dejamos plantados a los presos más peligrosos de una prisión de California contando su vida. Nos dormimos sin más con la preocupación de saber si al día siguiente haría buen día o no. Las cataratas nos esperan...
1 comentario:
pero con un sitio tan romántico, ¿no os dan ganas de enrollaros entre vosotros?por lo menos un besito....
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