viernes, 14 de noviembre de 2008

Buenos Aires

Buenos Aires es una ciudad tan gigantesca como loca.
Tiene muchos lugares en los que no sabes si estás allí o en Madrid. Las calles son rectas y larguísimas, cortadas por otras calles perpendiculares que forman las famosas cuadras o unidades de 100 metros cuadrados que ellos usan como referencia para moverse por la cuidad. 4 cuadras, derecha, le metes 20 cuadras y 3 cuadras a la izquierda. En ese punto puedes estar en el número 8.456, o en el 10.234 o así.
Pasear por las calles es difícil. Las aceras pueden estar o no o a medias con los escombros tirados, o puede que el dueño de un local se ha currado su propia acera a su estilo o incluso ha hecho una obra de arte con los 4 árboles que tiene cerca, aprovechando algún hueco o alguna forma del árbol. Y si intentas cruzar la calle te la juegas, pq los semáforos en rojo son un poco opcionales, pero los pasos de cebra son obligatorios....saltárselos. Si le echas dos huevos y cruzas te van a pasar lo más pegados posibles a tí como respondiendo a tu reto. Te la juegas mucho.
Coches hay pocos y es fácil aparcar en las calles. Bicis hay muchas, y lo más curioso es q cuesta ver dos bicis iguales. Cada uno las lleva personalizadas a tope. Pero también es complicado ver a dos personas vestidas parecidas. Jugando con 4 cosas, hacen miles de combinaciones todas diferentes.
Por donde vamos, la gente nos invita a que tengamos cuidado en Buenos Aires que es una ciudad muy insegura. Cuidado con las mochilas y con las cámaras que siempre hay alguien "vigilando". Y se nota en el ambiente. Si te acercas a preguntar a alguien, es normal que guarde las distancias primero y si ve que no eres ratero ya se relaja y te muestra su amabilidad. Aquí hace unos años se pusieron de moda los secuestros en la propia ciudad, y de alguna manera eso ha dejado el recuerdo.
Al que le guste la variedad en todo lo que mira, la expontaneidad, la personalización, el arte callejero, la locura....está en su ciudad. El domingo lo pasamos recorriendo Recoleta y San Telmo, hablando con los pedazo artesanos del mercadillo de la Recoleta, visitando el cementerio que es más un museo q otra cosa, flipando con la Plaza del Perú donde nos encontramos 3 conciertos de unos grupos que sacan todo el material (guitarras, bajos, amplis, mesas de sonido....) para tocar en una rotonda, en un hueco de un parque o en una explanada a 100 metros unos de otros. Nada de guitarrita española y ampli con baterías. No, aquí a saco. Porsupuesto hay montones de gente viendo a estos grupos tirados en el césped. Pero esto no es lo único, pq cruzas una pequeña calle y das con malabaristas, mimos y de todo. Un grupo ha puesto cuerdas de árbol a árbol y cruzan haciendo equilibrios, y otros han puesto una red de voley, y se tiran los bolos unos a otros. Y más allá otro grupo juega a tirar bolas al aire y recogerlas, y pasárselas de unos a otros. Y al lado un grupo de tipos están haciendo Capoeira con 20 personas tocando los djembés, y vamos que no paras de ver cosas, y que un sábado o un domingo aquí no te aburres. Y nosotros acordándonos de las calles muertas de Madrid. Qué envidia.
Hemos quedado con Isabel en San Telmo. Tomamos el 99. Es un bus personalizado por el propio conductor. Cada conductor conduce un bus y siempre ese, y con su dinero le cuelga cositas, pegatinas, espejos, y demás chorradas a su gusto. Luego cada línea de bus tiene sus colores y diseños propios. Pronto nos deja en San Telmo, barrio vecino de Boca, y famoso más que nada por su mercadillo. Y la verdad es que es como el rastro. Es un barrio de casas bajas y suelo de adoquines, sucio como el rastro y con el mismo sabor, y los mismos personajillos q se mueven por las estrechas calles.
Aquí ya acabamos de alucinar. Llegamos cuando recogían los puestos, pero da lo mismo. En una de sus plazas hay un grupo que ha montado con tablas una pequeña pista, donde bailan tango, tan cerca de ti que te ponen las carnes prietas, pero no solo eso, te enseñan la historia del tango, de los boleros y de las milongas, y tras una pequeña charla te muestran como es lo q te acaban de explicar. Te guste el tango o no, después de ver esto lo tienes q amar por narices. Y esta gente q hace aquí? pide dinero? Pues no. Lo hacen por gusto o que se yo.
Pero nos movemos por el barrio y de repente un grupo de percusionistas, como 100, se mueven por las calles y se paran por las esquinas llevando una tropa de 50 o 60 personas que se meten a bailar, y se salen, y entran otros y salen más, y así van pasando la tarde. Pero cuando se va este grupo por una calle, te aparece otro por la perpendicular con otro tipo de percusión, y otras gentes bailando y tocando pero que te alucina igual. Y cuando desaparecen por la perpendicular, te aparecen otros por la paralela. Y no paran. Y un poco más alante te encuentras un grupo que toca en la calle canciones de Sabina, y se forma un pequeño concierto improvisado con su público. Vamos que la vida de estas calles no se puede explicar. Hay q vivirlo. Y te preguntas... y aquí no hay denuncias por ruidos, ni leyes antimúsicos callejeros, ni pintaditas de un metro en el suelo para cada puesto, ni ISO tal y cual, ni chorradas? Pues no lo hay, y todos viven tan felices, y tienen calles con vida que es algo que hemos perdido hace mucho tiempo. Es una auténtica pasada.
Por la noche Isabel nos lleva a la Catedral. Es uno de los templos del Tango. Lo que llaman milongas. Y te bajas del particular taxi y ves un portal mugriento, de rejas negras, con una luz a medio gas de fluorescentes, todo gris, sin un cartel ni nada parecido. Cual es la catedral? - Esto. Y de la oscuridad sale un tipo que te cobra 10 pesos por entrar, y subes unas escaleras destartaladas de cemento desconchao, preguntándote que en qué punto te saldrá una rata, y llegas a una nave con el techo altísimo, todo de madera, gigante, parecido a un granero, con la barra al fondo, y unas cuantas mesas y sillas cada una de su padre y de su madre, desperdigada por la sala, o oscuras, e iluminados con un foco rojo, unos tipos que tocan boleros, haciendo un "desenchufado" con muchísimo arte. Y allí estábamos nosotros, un domingo, en un sitio tan raro y mágico apurando un fernet, mientras otros cenaban unos espaguetis a las 2 de la mañana en la oscuridad, y un gato se cruzaba por la sala con total tranquilidad, y a una pareja le da un flush y se recorre la sala bailando algo entre tango y flamenco, pisoteando bien la vieja tarima, y así hasta mil cosas que recordar de este sitio tan variopinto.
Desde luego no fue un domingo cualquiera.

Y ya se nos olvidaba hablaros de....

Gauchito Gil y la Difunta correa.
Al principio, cuando entras en Argentina te choca, pero acabas por acostumbrarte sí o sí. Todo el país está plagado de unos pequeñas casitas rojas en las cunetas, con unas cuantas banderas rojas, o muchas banderas rojas que a veces llenan los árboles que tienen cerca. Y qué será eso? Más al sur, se siguen viendo estos lugares tan raros pero predominan unos blancos que están llenos de botellas de plástico. Pero miles de botellas. Los rojos son pequeños altares de devoción a Gauchito Gil, y los de las botellas a la Difunta Correa, dos de los personajes históricos más famosos de Argentina.
En el 1800 y pico apareció un pequeño gaucho en la zona norte, en Corrientes, Antonio Mamerto Gil Núñez, que robaba ganado en las haciendas de los ricos para compartirlo con los pobres que morían de hambre. Era un Robin Hood casero. Fue perseguido durante mucho tiempo hasta que fue detenido por fin. Su condena, como ladrón, ser decapitado, y además algo peor, por el delito cometido no tenía derecho a ser enterrado. El último deseo de Gauchito Gil fue ser enterrado, a lo que se negó su general y verdugo. Bien, pues entonces si no me entierras tu hijo enfermará de lepra y no se curará hasta que hayas enterrado mi cuerpo. Su deseo no se cumplió, y el general al llegar a su casa comprobó que los malos presagios se habían cumplido. Su hijo tenía lepra, y no pudieron curarle de ninguna manera. Tras un tiempo a este hombre no le quedó otro remedio que volver a Corrientes a enterrar los restos de Gauchito, y solo de esa manera su hijo pudo sanar. Actualmente está enterrado bajo un algarrobo en la ciudad de Mercedes, lugar donde se ha construido un gran santuario, a donde llegan miles de fieles sobretodo el 8 de enero, fecha de su muerte.
De cualquier modo hay cientos de versiones sobre la vida de este hombre. Los miles de fieles y seguidores, le construyen en carreteras y caminos, pequeños santuarios o no tan pequeños, ya que en algunos pueden entrar varias personas dentro, y los llenan de velas, banderas rojas, piezas de sus coches, sus carnets de conducir para que les dé suerte en la carretera, figuras de barro del propio gauchito, muletas, placas de metal en la que le dan las gracias, y todo lo que te puedas imaginar. Te puedes encontar de todo.
La competencia del gaucho y fenómeno no menos raro lo forma el tinglao de la difunta Correa o Dalinda Antonia Correa. También se conservan numerosas leyendas sobre esta mujer. Una de ellas dice que en la guerra civil de argentina en 1840 entre unitarios y federales. Un militar se enamoró de Dalinda, y envió a su marido al frente para despejarle el camino hacia esta mujer. Ella no entró al trapo, y abandonó su hogar con su hijo recién nacido, siguiendo las huellas de los soldados por los desiertos de San Juan. Cuando terminaron las pocas provisiones de agua que pudo llevar, se cobijó bajo un árbol y protegiendo a su hijo murió de sed. Unos días más tarde de su muerte, unos arrieros encontraron el cadaver de Deolinda, pero sin embargo su hijo seguía mamando de la madre muerta, y por ello salvó su vida.
Fue enterrada en Vallecito, lugar en el que murió, y con el tiempo fue lugar de peregrinación de los que la creyeron Santa. Unos años más tarde, un ganadero en una tormenta perdió sus 5000 reses que huyeron asustadas por los truenos. Se encomendó a la Difunta, y prometió construir un santuario si le ayudaba a encontrar su ganado. Al día siguiente encontró sus 5000 reses pastando muy cerca del lugar donde las perdió. Y cumplió su promesa.
En la actualidad el pequeño santuario se ha convertido en una pequeña ciudad, con más de 25 ermitas, restaurantes, gasolinera propia, hoteles y hasta una comisaría. Sam y yo no nos podíamos creer lo que estábamos viendo. Alucinamos con una hermita forrada con miles de placas de metal que pegan los fieles dando gracias a la Difunta por sus milagros. Pero solo habíamos visto la punta de "aisberg". Había otras veintitantas como esa, y todas abarrotadas de placas por todas partes. Cada ermita está dedicada a un gremio o de deportistas o de camioneros o de constructores, o militares...etc, y cada uno llena el interior de sus objetos personales para que les proteja en su profesión. Por ejemplo el de camioneros está repleto de maquetas de cada uno de los camiones a escala, pero es que hay camiones hechos de madera de más de un metro de grande con todos los detalles. El de constructores está lleno de pequeñas casitas de madera. El de militares es como un ropero gigante con los trajes de militares, gorras, cascos y demás utensilios. El olor a rancio es impresionante, y algunos de ellos estuvieron en la guerra de las Malvinas. Los pelos se ponen de punta inevitablemente.
Pero esto continúa y hay unas escaleras que pueden tener 1 km de largo que suben al lugar en donde la encontraron muerta, y este pasillo está cubierto por la derecha, la izquierda y por arriba por placas de matrículas. Miles y miles de placas, atadas unas a otras forman un túnel de metal q te cubre hasta que subes al pico, y en este pico, en una roca la gente quema sobretodo velas, y estas velas al derretirse forman un río de cera que baja por la montaña como si fuese lava. Y por supuesto no podrían faltar las botellas. Aquí se reúnen millones de botellas, y no solo eso, hay sacos y sacos y sacos llenitos de tapones de botellas de plástico.
En este esperpéntico lugar, mires por donde mires ves una imagen macabra o muy macabra de lo q puede ser la mente humana. Al visitar este lugar lo q es seguro es que no te dejará indiferente.
Vemos las fotos y todavía no nos lo acabamos de creer.

lunes, 10 de noviembre de 2008

El Tigre

Raquel y Roberto nos habían contando que estuvieron en un hostel en el Tigre q no nos podíamos perder. Y les hicimos caso.
Jeremías, el gerente, nos cuenta que cuesta 190 pesos por persona, dormir y pensión completa, y que para hacer podemos descansar, dar un paseo en kayak, pasear por la isla, darnos un baño, y poco más. Pues vamos a ver qué es eso.
En un barco tipo vaporeto, el colectivo naútico, largo y estrecho y de madera, nos dirigimos a nuestro destino, el Marcopolo Inn Naútico. Poco habíamos oido hablar de esta zona que está pegada a Buenos Aires. Es como una Venecia pero en la selva. El delta del Paraná, ha dejado islas, en donde creció la selva y en la actualidad hay casitas desperdigadas por aquí y por allí, y de vez en cuando un pedazo palacio, y de vez en cuando una pedazo mansión, y barquito que viene y barquito que va. El medio de transporte es el barco, y el que quiera vivir aquí lo tiene claro. La vida no tiene que ser nada fácil, aunque para los bohemios redomaos, este es su paraiso. Solo hay tranquilidad. Por 5 kilos te haces con una isla de una hectárea con casa, y a vivir. El puero de El Tigre está lleno de garrafas vacías atadas con cadenas a la barandilla, que incluso tapan el cartel que dice "prohibido atar garrafas a la barandilla". Las dejan allí los que van a trabajar. Las atan por la mañana, y a la vuelta las desatan y se las llevan con agua potable. Todo es curioso y extraño aquí.
Según avanza el barco, se pueden ver barcos enormes hundidos, otros abandonados y oxidados totalmente que incluso se venden, y casas cada vez más humildes según te alejas del puerto. El canal que llevamos se termina, y salimos al inmenso Paraná que puede tener 2 o 3 kilómetros de ancho y una corriente que obliga al barco a hacer varios zig zag para cruzarlo con éxito.
Por fin llegamos a nuestro hostel y allí en el embarcadero nos espera Jeremías. Nos da la habitación y nos da las instrucciones de las pocas cosas que se pueden hacer aquí. La principal....decansar.
Y nosotros en parte a descansar de la tralla de viaje, pero a intentar aprovechar aquello. Un billar tras otro, un paseo de 15 minutos por la isla, unas cervezas, un baño en el río con un pedazo petrolero fondeado enfrente, una cena del cocinero de diseño, y unas horas de pesca hasta las 3 de la mañana con Jeremías y su amigo Coco, donde hablamos de un montón de cosas y repasamos los diálogos de Torrente, que aquí en Argentina arrasa. Un poco surrealista todo esto.
Al día siguiente un poco más de lo mismo. Ya era el último momento de naturaleza previo a los días de mole de hormigón de la gran citi.
A las 5 de la tarde sacamos la bandera blanca que le dice al patrón que tiene q parar en nuestro puerto. Hora y media de retraso pero por fin viene a recogernos. La vuelta nos cautiva igual que la ida, viendo este panorama medio salvaje, de islas y casas perdidas en la selva, con los rayos de sol atravesando las ramas de los árboles y el humo de los fuegos que organizan los habitantes de la selva, con el barco tienda, con los niños que vuelven a sus casas en el barco de las 6 después de celebrar un cumpleaños, con los olores, con los colores y con todo el general. Un lugar en el mundo más que recomendable y quizá poco conocido.
En unos minutos llegamos a puerto y termina nuestra vida de paz y comienza la de la dura ciudad. El tren atraviesa los suburbios de Buenos Aires para llegar a nuestro Hostel de Palermo. La policía nos desea suerte, y que tengamos cuidado que no es una ciudad segura. Por fin llegamos al hostel y nos adecentamos para Buenos Aires la nuit, que Alex nos espera.

Ya cerca de Buenos Aires

Esto ya poco a poco va teniendo su final. Ya toda la parte Argentina está vista, quitando los últimos días por la gran Buenos Aires. 1400 km nos separan de la capital, y kilómetro a kilómetro nos vamos acercando a la par que se va terminando este viaje. Hoy solo nos queda ver desde las ventanillas los feos campos de la patagonia norte, la monótona pampa, las carreteras cada vez más pobladas de camiones y tráfico en general. A la hora de comer nos llevamos una muestra más de la locura de esta gente. La locura del fútbol. Las dos y media de la tarde, martes, fútbol en directo, y el estadio lleno. Cómo se come esto?. Y pq la gente puede llenar el campo en lugar de currar? Pues muy fácil, pq dejar en trabajo para ir a ver un partido no es nada raro. Te vas y punto.
En fin, mientras vemos el partido, deboramos una de las últimas milanesas con fritas de Argentina. Y desde este momento hasta la noche, más carretera, más camiones, más YPF´s, y poco a poco cada vez más poblaciones de la provincia de Buenos Aires, y más peajes cada pocos kilómetros. Entre la negrura de la noche se pueden ver en las cunetas las "asistentes" de camioneros, que les ayudan a hacer el viaje más ameno.
Nosotros dormimos en el último hotelillo con espanto en Las Flores. Ya estamos a 200 km de Buenos Aires y el cuerpo ya está hecho a todo.
Por la mañana salimos temprano hacia el Tigre. La entrada a Buenos Aires es caótica. Llega un momento, quizá 40 o 50 km antes o quizá más, que todo es un continuo de casas, y la autopista se va dividiendo con los carteles que no dan muchas pistas de dónde estás y que vía debes coger si quieres ir por el buen camino. Este es el hecho principal por el que hicimos la entrada por el día. Queríamos evitar perdernos en los suburbios de villeros, error q podría ser peor que malo. Pues parando a preguntar cada poco, prueba y error, perderse y encontrarse, volver a perderse y perderse de nuevo, y poco a poco por fortuna o por lo que sea, las indicaciones de El Tigre ya las podemos ver, y ahora sí vamos directos a nuestro objetivo.
En el Tigre tardamos en recomponer el plan previsto. Buscamos un hostel que sabemos solo que está en una isla, que te lleva un barco del que no sabemos nada, y es que esta zona de El Tigre es diferente a todo. Antes de nada, despedimos a David, que sin cortarse un pelo se carga del tirón el embrión de amistad que ha podido crecer en estos 30 días de viaje intenso. Una supuesta ayuda para volver a su casa que solo la escuchó él, una frase que dos de las tres partes la escucharon de otra manera, unas batatas que teníamos en los oídos el 66 % del grupo, y el oportunismo del que creimos una persona distinta, tuvieron la culpa de una charla acalorada de más de media hora. 300 pesos nos costó dejar de escuchar sandeces. Quizá eso y el doble nos gastamos para que hicieras un viaje más confortable y no durmieras en el coche como tenías planeado. Quizá por toda la generosidad q te demostramos durante todo el viaje no nos tenías q dejar por mentirosos ni peseteros. Pero bueno, nosotros tenemos vergüenza y educación y lo llevamos como orgullo.
A las 15 horas sale nuestro barco. Son las 12 de la mañana. Pues van a ser cuatro empanadas y unas Quilmes....

Día de orcas

La noticia de que podíamos ver orcas nos emociona al máximo. Entre otras cosas era uno de los motivos para venir a Argentina. Sabemos q es difícil y más en esta época que no crían los leones marinos, pero sabemos q están, y días atrás han hecho 25 ataques.
Esta buena noticia trae otra mala. A las 6:30 debemos estar arriba. Esto no nos gusta un pelo pero todo sea por las orcas. Para variar al despertador no le hacemos mucho caso y nos cuesta un esfuerzo horror salir del calor de la cama, al frío del exterior. Pero nada puede con nuestra ilusión y salimos rumbo a Punta Cantor, por las interminables pistas de ripio, sorteando las trampas de piedras, y callados por el sueño que nos llevamos con nosotros. David, cada día q pisamos ripio está más serio y no abre el pico, y mira q le avisamos que haríamos kilómetros por tierra.
Y tras una hora de incertidumbre, con algún que otro derrape del coche y la incertidumbre de si será en esta curva o en la otra donde nos daremos el piñazo, llegamos a destino. Y de entrada, el cielo limpio y el aire fresco del mar nos abre los pulmones y nos despierta de golpe, y a pocos metros de nosotros una tropa de elefantes marinos pasan la mañana en el único lugar del mundo en donde una familia de orcas han aprendido a salir del mar para cazar crías de estos bichos, y esperar a la siguiente ola para que los devuelva al agua. Si tuviéramos suerte de ver ataques, sería un lugar privilegiado ya que la valla del mirador está a escasos 10 metros de la orilla. Por llegar tan pronto tenemos el premio de estar solos en toda la zona.
Se fue el amanecer, comenzaron a llegar los turistas y se fueron los cámaras que esperan pacientemente a filmar algún ataque. Alguien dijo que no hemos tenido suerte, pero yo creo q no todo el mundo puede amanecer en uno de los lugares más vírgenes de la tierra, un martes, con la posibilidad de ver ataques de orcas a los elefantes que vivien tranquilos acostados en la playa. Vamos que un lujo al alcance de estos privilegiados. Nada de mala suerte.
El resto del día lo pasamos visitando los otros dos puntos accesibles de P. Valdés: Punta Norte y Punta Delgada. De vuelta al hostel tuvimos tiempo de lavar el coche, dar unas pataditas al balón que viajó con nosotros desde Iruya, y organizar una parrillada en el hostel con un grupo de españolas que conocimos allí mismo. Al final cenamos un grupo de 15 personas, cada uno de un lugar del planeta, haciendo una noche muy agradable que terminó pronto pq no había mucho más que rascar en Puerto Pirámides.
Al día siguiente intentamos volver a ver si por fortuna conseguimos el sueño de ver ataques, pero nos dijo en guardaparques de la Lobera q no se les había visto. Tendrá q ser en otra ocasión. Al menos lo intentamos y estuvimos en el único lugar del mundo donde ocurre todo esto. No es poco poder haber estado aquí.

viernes, 31 de octubre de 2008

Puerto Pirámides


Nuestra idea era visitar la península el primer día y salir en bote a ver ballenas el segundo, pero la previsión del tiempo cambia nuestros planes. Este día a las 3 de la tarde salimos en bote a ver ballenas en la bahía. El Norte, el viento más odiado aquí, pegaba fuerte. Es un viento que levanta el agua y provoca corrientes fuerte, y hace, si es moderado que sea un buen momento para ver ballenas pq se refugian en la bahía y no hay q salir al mar a verlas. Ya desde tierra a escasos 100 metros se podían ver 4 grupos de ballenas saltando en el agua, y una cola negra que se mantenía en la misma posición. Aquí le llaman cola ascensor, y parece que es un mecanismo de termoregulación de la ballena. La saca del agua y sube y baja en posición vertical, y así se puede estar un buen rato.

Nuestro barco va de una a otra, y pudimos ver como la madre daba clases a su cría de como mantener la cola fuera del agua durante mucho tiempo. Una y otra vez el ballenato erraba, y la madre con santa paciencia la corregía. Todo esto hasta que la cría se aburría y se pasaba un rato dando saltos muy cerca de nuestro barco.
Estas ballenas, la franca austral, llevan ese nombre por sus pocos reparos en acercarse a los barcos, lo que hace que sea muy sencillo para ver de cerca. Un par de horas estuvimos en el mar, pelados de frío pero alucinando con estos bichos. La visita terminó en el mar, pero siguió en tierra, y es que a escasos 50 metros las podíamos ver desde la playa. Desde la playa, o subidos a un mirador que hay a escasos metros de Puerto Pirámides, La Lobera, podíamos seguir viéndolas, moviéndose tranquilas por el mar y sin separarse de sus crías, y teniendo como vecinos a un grupo de Lobos marinos que pasan el día acostados en las orillas esperando que las crías se hagan un poco grandes para viajar al fresquito del Sur.
El hostel que nos ha tocado es un sitio pequeño, con dos habitaciones grandes, una para hombres y otra para mujeres, y donde viven como en familia o como un gran hermano los trabajadores de una de las empresas que llevan a turistas a ver ballenas.
Para comer y para cenar vamos siempre al mismo restaurante, a la Estación, una cabaña de madera decorada al gusto de la dueña, una artista que hace unas cosas increiblemente bonitas, y decora hasta el último rincón del sitio a su gusto. Nos quedamos empanaos mirando las mesas pintadas, las paredes, las fotos colgadas por todas partes, los trastos colgados del techo...El mal gusto también tiene su hueco, y de las cuatro banderas que hay en el sitio, una es una icurriña, otra una bandera catalana y otra una del Real Oviedo.
La cocina es igualmente atractiva pero los clientes no saben si atender al plato o a las curvas de la imponente camarera morena de ojos achinados y pelo negro recogido, q menea su cuerpo y su tatuaje en cierta parte, marcando el movimiento de los ojos de los que allí comen. Por supuesto, todo esto nos lo han contado, pq nosotros no nos fijamos es estas cosas. Y por la mañana qué? Sam, nuestro GPS particular, con su gran habilidad por informarse de todo y hablar con cualquiera de cualquier cosa, se entera de que si queremos ver orcas, deberemos estar a las 8 de la mañana en Punta Cantor. Veremos orcas o no.

Camarones

Cansados como perros tras 1200 km de carretera llena de camiones, baches y polvo llegamos a Camarones, y por fin y por suerte, ya que no había otra cosa, alquilamos una cabaña. Ya era hora de un sitio cómodo para pasar la noche. 5 camas grandes, limpia, cocina, televisión con vía satélite, hidromasaje, 300 pesos. Qué gusto poder dormir por fin en un sitio así. El sitio, vendido como de lujo dejaba ver una vez más el mayor defecto que le vemos a la gente de aquí. No rematan bien. Pueden hacer un esfuerzo enorme en llegar al lujo, pero con tanta chapuza en los remates y en los detalles los estropean. En este caso el hidromasaje, que aquí costará una fortuna, no tiene agua a presión. Los chorros que deben salir a presión para dejarte la espalda suavecita, a penas podía salir del orificio. Total que el mostrenco inmenso del hidromasaje, hacía lo mismo que una ducha de las de toda la vida.

Tras un buen descanso pasamos por Punta Tomba, donde tuvimos q esforzarnos por no pisar pingüinos. Estaban por todas partes, acostados debajo de matas en huecos, para q el aire no les desquicie. Si fuésemos pingüimos de Magallanes nos vendríamos a vivir a este sitio idílico.

Una vez más los tres éramos de "Puerto Iguasú", ché, viste? y nos salió de lo más barato la visita.
Y ya, tras otros 300 kilómetros más pudimos llegar a última hora del día a Península Valdés.


Un poco antes de P Valdés, paramos en un pequeño pueblo llamado Gaiman, fundado en 1840 por un grupo de galeses, que dejaron aquí su estilo sajón en las costumbres. El pueblo tiene como típico la visita a las casas antiguas que hicieron los primeros colonos, que siendo sinceros, son modernas si las comparamos con cualquier casa de pueblo de España, y por eso no entramos a ver ninguna. Otra cosa para visitar son las casas de té. Hay unas 8 en el pueblo, y son casas como de muñecas, muy cucas, llenas de plantas y rosas en el exterior, y con mesitas pequeñas dentro donde te ponen un té y tartas en platos y tazas de porcelana fina, con dorados y demás. Todo en plan bonito. En una de estas nos tomamos un obligatorio té gales con ricas tartas galesas.

La otra atracción del pueblo es el Parque Desafío. Es un parque en donde un tipo ha ido colocando lo que él llamaba sObras de arte. Desde su punto de vista, obras de arte hechas todas con materiales reciclados. Tiene el record guiness, como el mayor museo de materiales de desecho. No pudimos entrar por estar cerrado ese domingo, pero desde fuera sí pudimos ver bastante. No era bonitio pero sí curioso. Lo mejor la originalidad de las frases de los carteles que llenaban el parque, y lo increíble, que una persona se dedique a esto durante 27 años de su vida, sin ninguna ayuda económica y sin dedicarse a otra cosa.

Poco más que ver. Atravesamos Trelew, adelantamos a varias camionetas que portaban seat 600 de carreras, pq aquí las carreras de coches son con los 600 nuestros que no vemos por las carreteras desde hace 30 años. Increíble ver los pelotillas preparados para carreras, y destrozados por los golpes.
Puerto Madryn no nos gustó nada. Es una ciudad grande al estilo torrevieja, nada bonita, así que ahí la dejamos y nos adentramos en Península Valdés. Para llegar a Puerto Pirámide tuvimos que pagar nuevamente, 12 pesos por se de acá, viste?, y ya casi de noche nos alojamos en un hostel de Puerto Pirámide, un pueblo antes pesquero, ahora turístico pero pequeño y demasiado tranquilo, que principalmente vive de los que vienen aquí a ver ballenas.