Desde Salta hasta Cachi tomamos una carretera que subía y subía, curva va y curva viene. En lo más alto de este páramo, con el contraste de pasar de la selva al desierto, atravesamos el PN de los Cardones. Es un secarral montañoso a 3000 metros de altura, llenito de cactus gigantescos; los cardones. Lo que más nos llamó la atención es el silencio de este sitio. Solo se oía nuestro corazón aporreando el pecho. Recorrimos resacosos estos valles y llegamos a la hora de la merienda cena a Cachi, un pueblo tranquilo que creíamos pequeño pero nos equivocamos. Lo más destacado de este lugar es su iglesia, la más antigua de América, del siglo XVII. Es estrecha y alargada, y toda la madera salvo los bancos es de madera de cardón.
En su costado, la calle más antigua del pueblo. Nos dijo un paisano que tenía casas de 1900 y pico. No nos parecieron antiguas. En España a poco que rasques hay casas de esa época hechas por el ilustre Pocero.
Nos pasamos por estas calles por indicaciones de nuestro guía particular Sam, que estuvo el año pasado. En una explosión de creatividad poética, escribió en su libreta de viaje "una calle por donde no pasa el tiempo". Pero el tiempo pasó, y las hormigoneras, y los pintores y los albañiles. Todo el barrio estaba reformatido y nuevo, y había cambiado el pavimento de piedras por unos feos hexágonos de hormigón. Una cagada que llamamos en España. Qué forma de destrozar un sitio tan bonito, como pudimos descubrir en varias fotos.
Esa noche dormimos en el albergue municipal. Otro sitio de esos "con encanto" con el mismo encanto del "chivito", que nos costó algó así como dos euros a cada uno. Ni cenamos esa noche y pronto a la cama a descansar.
Por la mañana salimos dirección Cafayate, conocido por su famosa Quebrada de las Cochas. En el camino, otra ruta de tierra de 200 km, atravesamos la desconocida e increíble Quebrada de las flechas. La luz del día, con el cielo lleno de cúmulos, hacía aún más hermosa la Quebrada. Luces y sombras en estos picos tan afilados, cambiaban por segundos, y nos presentaba varios paisajes totalmente distintos de uno mismo.
En un desvío del camino dudamos. Sam saca el melón por la ventanilla y pregunta a gritos a un paisano:
- Perdón, para Cafassshate.
- Cómo?
- Para Cafasssssssssshate.
- Dónde?
- Cafayate
- Cafayate todo recto.
David se ríe del acento tan particular del que llamó el Madrileño Trucho, capaz de pronunciar las elles al estilo Buenos Aires, en lugares dónde no lo hacen, la ché como si fuera del mismo Barbate, y hasta las eñes de una manera muy rara. A medida que avanza el viaje aumenta su mestizaje, y se nos hace más complicado entenderle. De la misma manera a David se le hace más complicado aguantarnos. Le damos toda la cera que podamos, sobre todo con su estupenda idea de traerse una camiseta del Barsa, pensando que nos agradaría. Majo, pues somos los dos Vikingos. Qué viaje te espera, bonito.
Llegamos a Cafayate un pueblo que no tiene nada, pero celebran la enterna Virgen del Rosario que nos va persiguiendo en nuestro viaje. Casi sin luz recorrimos la Quebrada de las Conchas, y pudimos ver el Monje, el Sapo y el Auditorio. Es una carretera sinuosa de 45 km, encajada entre paredes de arcilla con unas "atrassiones" que dicen aquí, y donde es necesario parar. En el auditorio charlamos con un tipo renegrío que tocaba la flauta como los ángeles, quedándonos pasmados con el sonido mágico de este lugar. Al final le compramos unas flautas de caña, y bromeamos un rato con él. Por desgracia no suenal igual que si las tocara él. En realidad no suenan, pero antes de Usuahia espero que saquemos al menos un Do.
Después de una cena de parrillada rica en un local con espectáculo que aquí llaman peñas, Sam y yo nos fuimos de Quilmes al único local abierto. Como vampiros saqueamos la música del ordenador del bar y conseguimos por fin nuestro ansiado "arde la ciudad".
En la puerta del hostel, un cartel marca 4230 km hasta la frontera Sur con Chile. Pues nos queda un trecho. Vamos pa la cama.
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