Raquel y Roberto nos habían contando que estuvieron en un hostel en el Tigre q no nos podíamos perder. Y les hicimos caso.
Jeremías, el gerente, nos cuenta que cuesta 190 pesos por persona, dormir y pensión completa, y que para hacer podemos descansar, dar un paseo en kayak, pasear por la isla, darnos un baño, y poco más. Pues vamos a ver qué es eso.
En un barco tipo vaporeto, el colectivo naútico, largo y estrecho y de madera, nos dirigimos a nuestro destino, el Marcopolo Inn Naútico. Poco habíamos oido hablar de esta zona que está pegada a Buenos Aires. Es como una Venecia pero en la selva. El delta del Paraná, ha dejado islas, en donde creció la selva y en la actualidad hay casitas desperdigadas por aquí y por allí, y de vez en cuando un pedazo palacio, y de vez en cuando una pedazo mansión, y barquito que viene y barquito que va. El medio de transporte es el barco, y el que quiera vivir aquí lo tiene claro. La vida no tiene que ser nada fácil, aunque para los bohemios redomaos, este es su paraiso. Solo hay tranquilidad. Por 5 kilos te haces con una isla de una hectárea con casa, y a vivir. El puero de El Tigre está lleno de garrafas vacías atadas con cadenas a la barandilla, que incluso tapan el cartel que dice "prohibido atar garrafas a la barandilla". Las dejan allí los que van a trabajar. Las atan por la mañana, y a la vuelta las desatan y se las llevan con agua potable. Todo es curioso y extraño aquí.
Según avanza el barco, se pueden ver barcos enormes hundidos, otros abandonados y oxidados totalmente que incluso se venden, y casas cada vez más humildes según te alejas del puerto. El canal que llevamos se termina, y salimos al inmenso Paraná que puede tener 2 o 3 kilómetros de ancho y una corriente que obliga al barco a hacer varios zig zag para cruzarlo con éxito.
Por fin llegamos a nuestro hostel y allí en el embarcadero nos espera Jeremías. Nos da la habitación y nos da las instrucciones de las pocas cosas que se pueden hacer aquí. La principal....decansar.
Y nosotros en parte a descansar de la tralla de viaje, pero a intentar aprovechar aquello. Un billar tras otro, un paseo de 15 minutos por la isla, unas cervezas, un baño en el río con un pedazo petrolero fondeado enfrente, una cena del cocinero de diseño, y unas horas de pesca hasta las 3 de la mañana con Jeremías y su amigo Coco, donde hablamos de un montón de cosas y repasamos los diálogos de Torrente, que aquí en Argentina arrasa. Un poco surrealista todo esto.
Al día siguiente un poco más de lo mismo. Ya era el último momento de naturaleza previo a los días de mole de hormigón de la gran citi.
A las 5 de la tarde sacamos la bandera blanca que le dice al patrón que tiene q parar en nuestro puerto. Hora y media de retraso pero por fin viene a recogernos. La vuelta nos cautiva igual que la ida, viendo este panorama medio salvaje, de islas y casas perdidas en la selva, con los rayos de sol atravesando las ramas de los árboles y el humo de los fuegos que organizan los habitantes de la selva, con el barco tienda, con los niños que vuelven a sus casas en el barco de las 6 después de celebrar un cumpleaños, con los olores, con los colores y con todo el general. Un lugar en el mundo más que recomendable y quizá poco conocido.
En unos minutos llegamos a puerto y termina nuestra vida de paz y comienza la de la dura ciudad. El tren atraviesa los suburbios de Buenos Aires para llegar a nuestro Hostel de Palermo. La policía nos desea suerte, y que tengamos cuidado que no es una ciudad segura. Por fin llegamos al hostel y nos adecentamos para Buenos Aires la nuit, que Alex nos espera.
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