viernes, 14 de noviembre de 2008

Buenos Aires

Buenos Aires es una ciudad tan gigantesca como loca.
Tiene muchos lugares en los que no sabes si estás allí o en Madrid. Las calles son rectas y larguísimas, cortadas por otras calles perpendiculares que forman las famosas cuadras o unidades de 100 metros cuadrados que ellos usan como referencia para moverse por la cuidad. 4 cuadras, derecha, le metes 20 cuadras y 3 cuadras a la izquierda. En ese punto puedes estar en el número 8.456, o en el 10.234 o así.
Pasear por las calles es difícil. Las aceras pueden estar o no o a medias con los escombros tirados, o puede que el dueño de un local se ha currado su propia acera a su estilo o incluso ha hecho una obra de arte con los 4 árboles que tiene cerca, aprovechando algún hueco o alguna forma del árbol. Y si intentas cruzar la calle te la juegas, pq los semáforos en rojo son un poco opcionales, pero los pasos de cebra son obligatorios....saltárselos. Si le echas dos huevos y cruzas te van a pasar lo más pegados posibles a tí como respondiendo a tu reto. Te la juegas mucho.
Coches hay pocos y es fácil aparcar en las calles. Bicis hay muchas, y lo más curioso es q cuesta ver dos bicis iguales. Cada uno las lleva personalizadas a tope. Pero también es complicado ver a dos personas vestidas parecidas. Jugando con 4 cosas, hacen miles de combinaciones todas diferentes.
Por donde vamos, la gente nos invita a que tengamos cuidado en Buenos Aires que es una ciudad muy insegura. Cuidado con las mochilas y con las cámaras que siempre hay alguien "vigilando". Y se nota en el ambiente. Si te acercas a preguntar a alguien, es normal que guarde las distancias primero y si ve que no eres ratero ya se relaja y te muestra su amabilidad. Aquí hace unos años se pusieron de moda los secuestros en la propia ciudad, y de alguna manera eso ha dejado el recuerdo.
Al que le guste la variedad en todo lo que mira, la expontaneidad, la personalización, el arte callejero, la locura....está en su ciudad. El domingo lo pasamos recorriendo Recoleta y San Telmo, hablando con los pedazo artesanos del mercadillo de la Recoleta, visitando el cementerio que es más un museo q otra cosa, flipando con la Plaza del Perú donde nos encontramos 3 conciertos de unos grupos que sacan todo el material (guitarras, bajos, amplis, mesas de sonido....) para tocar en una rotonda, en un hueco de un parque o en una explanada a 100 metros unos de otros. Nada de guitarrita española y ampli con baterías. No, aquí a saco. Porsupuesto hay montones de gente viendo a estos grupos tirados en el césped. Pero esto no es lo único, pq cruzas una pequeña calle y das con malabaristas, mimos y de todo. Un grupo ha puesto cuerdas de árbol a árbol y cruzan haciendo equilibrios, y otros han puesto una red de voley, y se tiran los bolos unos a otros. Y más allá otro grupo juega a tirar bolas al aire y recogerlas, y pasárselas de unos a otros. Y al lado un grupo de tipos están haciendo Capoeira con 20 personas tocando los djembés, y vamos que no paras de ver cosas, y que un sábado o un domingo aquí no te aburres. Y nosotros acordándonos de las calles muertas de Madrid. Qué envidia.
Hemos quedado con Isabel en San Telmo. Tomamos el 99. Es un bus personalizado por el propio conductor. Cada conductor conduce un bus y siempre ese, y con su dinero le cuelga cositas, pegatinas, espejos, y demás chorradas a su gusto. Luego cada línea de bus tiene sus colores y diseños propios. Pronto nos deja en San Telmo, barrio vecino de Boca, y famoso más que nada por su mercadillo. Y la verdad es que es como el rastro. Es un barrio de casas bajas y suelo de adoquines, sucio como el rastro y con el mismo sabor, y los mismos personajillos q se mueven por las estrechas calles.
Aquí ya acabamos de alucinar. Llegamos cuando recogían los puestos, pero da lo mismo. En una de sus plazas hay un grupo que ha montado con tablas una pequeña pista, donde bailan tango, tan cerca de ti que te ponen las carnes prietas, pero no solo eso, te enseñan la historia del tango, de los boleros y de las milongas, y tras una pequeña charla te muestran como es lo q te acaban de explicar. Te guste el tango o no, después de ver esto lo tienes q amar por narices. Y esta gente q hace aquí? pide dinero? Pues no. Lo hacen por gusto o que se yo.
Pero nos movemos por el barrio y de repente un grupo de percusionistas, como 100, se mueven por las calles y se paran por las esquinas llevando una tropa de 50 o 60 personas que se meten a bailar, y se salen, y entran otros y salen más, y así van pasando la tarde. Pero cuando se va este grupo por una calle, te aparece otro por la perpendicular con otro tipo de percusión, y otras gentes bailando y tocando pero que te alucina igual. Y cuando desaparecen por la perpendicular, te aparecen otros por la paralela. Y no paran. Y un poco más alante te encuentras un grupo que toca en la calle canciones de Sabina, y se forma un pequeño concierto improvisado con su público. Vamos que la vida de estas calles no se puede explicar. Hay q vivirlo. Y te preguntas... y aquí no hay denuncias por ruidos, ni leyes antimúsicos callejeros, ni pintaditas de un metro en el suelo para cada puesto, ni ISO tal y cual, ni chorradas? Pues no lo hay, y todos viven tan felices, y tienen calles con vida que es algo que hemos perdido hace mucho tiempo. Es una auténtica pasada.
Por la noche Isabel nos lleva a la Catedral. Es uno de los templos del Tango. Lo que llaman milongas. Y te bajas del particular taxi y ves un portal mugriento, de rejas negras, con una luz a medio gas de fluorescentes, todo gris, sin un cartel ni nada parecido. Cual es la catedral? - Esto. Y de la oscuridad sale un tipo que te cobra 10 pesos por entrar, y subes unas escaleras destartaladas de cemento desconchao, preguntándote que en qué punto te saldrá una rata, y llegas a una nave con el techo altísimo, todo de madera, gigante, parecido a un granero, con la barra al fondo, y unas cuantas mesas y sillas cada una de su padre y de su madre, desperdigada por la sala, o oscuras, e iluminados con un foco rojo, unos tipos que tocan boleros, haciendo un "desenchufado" con muchísimo arte. Y allí estábamos nosotros, un domingo, en un sitio tan raro y mágico apurando un fernet, mientras otros cenaban unos espaguetis a las 2 de la mañana en la oscuridad, y un gato se cruzaba por la sala con total tranquilidad, y a una pareja le da un flush y se recorre la sala bailando algo entre tango y flamenco, pisoteando bien la vieja tarima, y así hasta mil cosas que recordar de este sitio tan variopinto.
Desde luego no fue un domingo cualquiera.

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